lunes, 17 de mayo de 2010

3ª SESIÓN TALLER DE HISTORIA 13-05-2010

Resumen 3ª sesión del Taller “Pensar históricamente en una sociedad pluralista”

El tema sobre “¿En qué consiste pensar históricamente?” estuvo fundamentado en dos textos: el primero, de Elías José Palti “Pensar históricamente en una era postsecular? O el fin de los historiadores, luego el fin de la historia” y el segundo de Domique Mèda, “¿Sociedades sin trabajo?”, capítulo de su libro: “El trabajo un valor en peligro de extinción”.
Inició el comentario del primer texto Jesús Izquierdo, en ausencia de la voluntaria encargada de presentarlo. La pregunta era: ¿cuándo surge el pensamiento histórico?, surge, cuando no se puede dar por descontado un suceso. En los siglos XVII y XVIII los europeos producen el pensamiento histórico.
Desde el siglo V AC hasta el año 1600 DC, la concepción del tiempo era cíclica. Regía la historia bíblica con un principio y un fin, según la profecía de Daniel con la caída de los cuatro imperios y el Apocalipsis como final. Todos los acontecimientos se miraban con los ojos de la Biblia, los sucesos se repetían: la lucha del bien contra el mal, la caída del imperio, el drama de la espera. Esta era la lógica que imperaba en Europa.
Es en 1829, con Schlegel, cuando aparece el distanciamiento; las representaciones que, anteriormente, eran anacrónicas pasan a ser realistas. Hay una referencia a un pasado, y empezamos a pensar sobre él. Algo nos obligó a pensar en pasado, presente y futuro, y “¿qué es ese algo?” Surgieron experiencias que no tenían cabida en la lectura de la Biblia: el continente americano, la revolución científica en el siglo XVII, las revoluciones del XIX, que cambiaron el horizonte de las expectativas. Mutan las expectativas y empieza el pensamiento histórico. Hay experiencias que no habían sucedido previamente y las expectativas no se estaban cumpliendo, entrando así en una dinámica de proceso sin retorno. Los acontecimientos no pueden ir hacia atrás, se suceden, se desenvuelven, la expectativa es la revolución. Nos secularizamos, el tiempo es de las personas no de Dios, el horizonte es abierto y esto aterrorizó.
¿Hacia adónde van los acontecimientos? Y se va sustituyendo lo sagrado por lo profano: culto al progreso, a la clase trabajadora, etc. Se aprecia con claridad un punto de inflexión: las experiencias son cambiantes y los horizontes de expectativa mutan.
El siglo XIX es el de los nuevos cultos: la nación, la emancipación de la clase trabajadora, formación de profesionales que observan si los cultos se cumplían, y es en el siglo XX cuando los acontecimientos les desdicen, los cultos se vuelven ilusiones y declaran: no hay ley histórica, no hay leyes objetivables (que sustituyan a las divinas). Las leyes son invenciones humanas, relatos humanos, todo es una ilusión; y de este modo se genera una comunidad de gente desvinculada sin un Sentido, que tiene que gestionar la extrañeza del pasado y lo familiar. ¿Quedamos en situación de anomia? ¿Se puede vivir de ilusiones sabiendo que lo son? Cambia la historia, cambian los sujetos, somos agentes y de nuevo buscamos una explicación de por qué hemos hecho este cambio y la necesidad de explicar se delega en las universidades.

Enlazando con todas estas preguntas y planteamientos hizo la segunda exposición una voluntaria del Taller, sobre el texto “¿Sociedades sin trabajo?” referido al inicio del resumen. Lo hizo de un modo claro y sistematizado, afirmando en primer lugar que el trabajo es un concepto que actúa como integración social y autorrealización personal para, inmediatamente, cuestionar que el trabajo no es portador de estas funciones, que estas funciones pueden apoyarse en otros sistemas y que puede cambiar en cada momento histórico.
Para ello fue analizando tres modelos estudiados por antropólogos, el primero, las Sociedades Primitivas, donde descubren en la cosmología de estas comunidades no industrializadas, que el tiempo es diferente y el trabajo también. Este, no es contemplado ni como esfuerzo ni como abastecimiento, sólo para satisfacer necesidades y la organización social es en torno a principios trascendentes ocultos conectados con lo sagrado.
El segundo modelo es el Paradigma Griego: cosmología de un mundo cíclico en movimiento, donde el hombre dedica todo su tiempo a la contemplación con desprecio hacia el trabajo. Basan sus creencias en mitos, como el de Prometeo y Hermes que roban a los dioses y lo reparten a los humanos: a los artesanos las necesidades de los otros, a los filósofos el ocio y la política.
Seguiría, luego, el Imperio Romano como prolongación del anterior: el ocio se contrapone a negocio y es para dedicarse a algo superior.
El tercer Paradigma es el Judeocristiano, en el que el hombre es semejante a Dios. El trabajo es una maldición y se va transformando con San Agustín en maldición y obra, para ser eje de las relaciones sociales al final de la Edad Media. Trabajo como Opus Dei, vertebrador del orden social, organizado en estratos: clérigos, guerreros, trabajadores (laboradores), aportando, finalmente, Santo Tomás el concepto de utilidad y valor.
En la actualidad el trabajo genera el orden social.

A través del texto hemos visto la historia de un concepto, escrito por una socióloga que hace de historiadora.
Hemos asimilado el principio de utilidad, progresar es mejorar a través de producir y transformar, no de contemplar y hoy, en la sociedad post-moderna, el principio del trabajo es consumir, con la posibilidad de elegir libremente. El concepto de ciudadanía laboral está en la cúspide de la organización social y este cambio tan profundo se ha dado en los últimos 250 años en que empezó a imperar el principio de utilidad.
El Taller resultó atractivo y denso por lo que en el diálogo, se suscitaron muchas cuestiones sobre los cambios profundos en la historia y el por qué de empezar a pensar históricamente, quedando algunos interrogantes en el aire para abordarlos en la próxima y última sesión que estará, según indicó Jesús, orientada a la práctica y con mención a la Asociación de Vecinos.

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